Carlos Jaramillo* se levantó en la mañana del 21 de junio sin pensar siquiera que sería la última.
Después de darle los buenos días a su mujer e hijos y lavarse los dientes, bajó las escaleras como estaba vestido, con una pantaloneta azul clara y chanclas, tomó una taza de café, y se dispuso como todos los sábados, a regar las plantas del antejardín de su casa. Hasta allí se dirigieron dos hombres que luego de intercambiar un par de palabras con él, cegaron su vida a balazos. Cayó boca abajo. Así lo encontró su familia, cuando luego de los disparos, se apresuraron a salir de la casa. Ya había fallecido, cuando su pequeña hija Clara, en medio de gritos de dolor, suplicaba que llamaran a
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Esta guerra sin cuartel deja en lo que va corrido del año hasta el 9 de septiembre de 2009 en Caucasia, (esta estadística no incluye datos de asesinatos ocurridos en 2007 y 2008) 98 víctimas, según el Mayor Julio Martínez, comandante de distrito de La Policía Nacional; cifra que contrasta la de Medicina Legal, de 257 decesos por muerte violenta, para mismo periodo de tiempo.
Pero no son sólo los asesinados las victimas que deja esta guerra. Basta con ir un domingo cualquiera a uno de los dos cementerios de municipio, para ver la cantidad de nuevos huérfanos y viudas que semana tras semana, asisten a estos sitios a llorar a sus muertos como medio de consuelo para su dolor.
Y es que en la mayoría de los casos, visitar la tumba de su familiar es el único consuelo que les queda, porque estos asesinatos pasan y siguen pasando, sin que se encuentre o juzgue responsable alguno. Y esto en el caso de los que por lo menos tiene el consuelo de poder llorar sobre la tumba de su ser querido; pues muchas de otras familias han tenido que abandonar la región. Y sigue aumentando el número de niños y jóvenes que crecen en medio de esta violencia, con el recuerdo de haber visto a su padre o madre asesinado y tendido en el piso.
Ellos son esas otras víctimas que no recogen las estadísticas y que sumado al hecho de tener que subsistir sin el amparo de sus padres, tienen además que lidiar con el dolor de su pérdida, los sentimientos de rabia y frustración y el estigma de ser un hijo de la violencia. Porque luego de padecer el dolor del suceso, tienen que enfrentar los comentarios y corrillos acerca de los motivos de su tragedia; que si pasó es porque el fulano algo debía o en algo raro estaba metido, olvidando que nada justifica el homicidio de ningún ser humano.
Ahora las preguntas son, ¿qué pasará con estos muchachos? ¿Continuarán esta senda de violencia o tomarán otro camino? Amanecerá y veremos.
*Los nombres son ficticios.
muy buena tu historia, aunk muy trajica pero interesante
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