martes, 10 de noviembre de 2009

CONTRATO DE PLACER


El volumen de la música sube paulatinamente, el sol se esconde lentamente y la noche comienza a caer. Todo se transforma, el olor a río se entremezcla con el olor a alcohol, a sudor, a piel. Inicia el fin de semana en Caucasia y esta luna de viernes trae consigo el desenfreno, el bullicio, a efervescencia.
Ella aún no sale de su casa, sentada frente al espejo da los últimos toques a su disfraz; atrás queda la colegiala de dieciséis años para dar paso, tras una cortina de maquillaje y ropa a justada que mal disimulan su edad, a la mariposita nocturna. No la obliga la necesidad, es más, asiste al colegio y pronto se graduará de bachiller; la atrae el placer y por supuesto, el dinero. No es muy alta, de cuerpo menudo, morena de cabellos lacios y largos con aires de India catalina.
Sabe a ciencia cierta qué hará esta noche, lo que no sabe con certeza es con quien, ni con cuantos, pero sí que es ella quién elegirá al o los afortunados.
Tras una semana de arduo trabajo en la mina, él sale en busca de placer. No quiere llegar aún a su casa, donde lo espera su joven esposa; prefiere hacerle creer que se encuentra todavía en la mina y echarse una canita al aire. No tiene más de cuarenta años y ya es dueño de su propio entable. Su negocio marcha a la perfección por lo que puede darse ciertos lujos, sólo que el de montar, una camioneta de lujo, a una linda jovencita y ahogarse en whisky hasta el amanecer.
No le gusta rumbear en la avenida Pajonal, detesta a las malas imitaciones de muñeca barbie que se pasean alardeando de sus atributos y que al fin de cuentas, ponen al servicio del dinero lo mismo que las muchachas más sencillas del centro: su cuerpo, aunque mucho más caro.
Decide llamar a un par de amigos e irse a tomar a uno de tantos negocios que inundan la calle principal del Caracolí. Se sienta y pide una botella de aguardiente, luego otra y otra mientras departe con sus amigos y se adentra la noche. De pronto la ve, ella está sentada con dos amigas mayores tomando cerveza y analizando el lugar en busca de su primer cliente. Sus amigas lo conocen y saben que paga bien, que es respetuoso y que si queda amañado, repite el encuentro un par de veces más; es un cliente seguro. Pronto el grupo se percatan de las miradas furtivas que él lanza de vez en cuando a la mesa y una de ellas decide acercársele. Él la rechaza y le dice que llame a la otra, a la sardinita y ella así lo hace.
Basta con que se siente en la mesa para que inicie la transacción, no cruzan más de diez palabras para organizar este contrato donde, al parecer, todos salen ganando. El encuentra lo que busca, placer y ella obtiene lo que necesita, dinero. No se trata de nada más. Aquí no está en juego el amor, por lo tanto no es necesario un complicado ritual de atracción y apareamiento. No están en juego los sentimientos, terminado el acto si te vi no me acuerdo, en fin, no compromisos más allá del suministración de un servicio y el pago por este…

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